Sunday, October 18, 2009

“Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen” “Ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos”. Heinrich Heine, 1821

El 10 de mayo de 1933 la Bebelplatz de Berlín fue el escenario de una de las quemas de libros más recordadas por la historia. Publicaciones de escritores judíos pero también pacifistas o comunistas fueron lanzadas al centro de la plaza, acusadas de ser ‘anti-germánicas’ y quemadas por miembros de la SA, por estudiantes y por profesores. Fue testigo de ello la Staatsoper Unter den Linden, el edificio de la ópera donde Hitler podía pasar horas escuchando a Wagner. El año pasado se excavó un agujero en el subsuelo de la plaza y se tapó con un grueso cristal que permitía ver el contenido a todo el que atravesara el lugar: unas estanterías blancas con capacidad para el mismo número de libros que se quemaron aquel día, muchos. Las han dejado vacías. Qué mejor imagen que esa para hacer justicia a lo que fue pasto de las llamas. Al lado, una placa con una premonitoria frase del artista alemán y judío, Heinrich Heine, que más de 100 años antes reflexionaba sobre una actividad, la destrucción de la cultura y la libertad de expresión como fórmula para alinear a la población e imponerles una tendencia ideológica determinada. “Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen”, “Ahí donde se queman libros se acaban quemando también seres humanos”. Al acabar la guerra, otras víctimas vecinas de los libros y de los judíos de la Bebelplatz murieron quemadas: los tilos del famoso paseo adyacente Unter den Linden se cortaron para sobrevivir a un duro invierno sin leña.

El ministro de propaganda nazi, Herr Goebbels, fue consciente del valor y el poder de la cultura, por ello no dudó en eliminar las expresiones que no interesaban. En general los dirigentes nacionalsocialistas tenían una sensibilidad especial hacia el arte aunque sólo hacia el que ellos consideraban bello, original (ya se sabe que no se caracterizaron por su tolerancia). Aquellos a quienes no les temblaba el pulso a la hora de disparar; aquellos que no tenían ningún reparo en deshumanizar y aniquilar a un porcentaje de la población y a sus manifestaciones artísticas se emocionaban con el equilibrio y las formas puras del arte clásico. Tanto fue así, que en su afán por proteger las esculturas y estatuas que coronaban sus edificios llegaron a llevarlo todo a Suiza, país neutral, para que no se estropearan durante la guerra. La sensibilidad del nazismo hacia el arte contrasta tanto con la barbarie de sus actuaciones contra las personas que es algo que no deja de sorprenderme.

Foto: quema de libros en la Bebelplatz. US National Archive.

3 comments:

Anonymous said...

¡Qué buena la foto, Susie! Me imagino que el periodista que la tomó también acabó en la hoguera...
Me alegro de que hayas vuelto con fuerza.
j.

Rus said...

La quema de libros es una de las formas más claras de decirle al mundo que sólo oirán lo que quieres que oigan.
Pretender salvaguardar el "arte" en esas circunstancias, es cuanto menos, irónico.

Pescador de Perles said...

Nice!